De lo arquitectónico

En relaciones, sobre todo estéticas, entre arquitectura y escultura, el concepto “maqueta” reaparece en varias ocasiones desde un punto de vista tridimensional. Maqueta es lo que va a ser, maqueta es el futuro, incluso siendo algo del pasado. Es siempre humo, pero humo denso. En estos lugares las mentes imaginan porque no pueden, normalmente, experimentar más allá de la mirada. Te obligan a idear lo que quieres ver, incluso lo que estás viendo. La maqueta te fuerza a ejercer de aire, que recorre, de vacío, que llena. Te hace hombre pájaro y topo a la vez. Es donde se discurre, donde se tercian las dimensiones, las capacidades y la magnitud del espacio.
La maqueta sólo puede trascender, porque o se conformará como proyecto y resultado, cobrando un sentido habitual, o se dará como obra finalizada para su estudio o desaparecerá por desajuste con su creador, dejando en éste, señales convenientes de experiencia.
Concebir una maqueta, como una escultura, igual que un niño portando su coche preferido en un circuito “scalextric”. El coche, como mirada capaz de mover y frenar detenidamente. Y el niño, por la seriedad con la que lo hace, con la que juega.
Existen estrechos lazos de semejanza plástica y espacial entre la maqueta y la escultura siendo ambas piezas puramente estéticas, que pueden optar a más, prácticamente a cualquier cosa.
Sobre la maqueta de una escultura. ¿Es posible?, obviamente el boceto sí. ¿La maqueta de una escultura, es ya otra escultura?. El fundamento es el que nos informa de su propósito.
Entre los diferentes tipos de maquetas, existen las maquetas a escala 1:1, donde se concibe más rápido lo tratado y se experimenta menos con lo imaginativo. La arquitectura es sin duda, entre otras cosas, una continua comparación con las proporciones humanas,  En la escultura, es frágil la idea de establecer escalas. Es aquí una de las diferencias entre escultura y no escultura. ¿Es clasificar, hacer escultura?